viernes, 28 de mayo de 2010

MÌS VECHINOS DE BARCELONA. Sotero Vázquez

1.YUE HAN
Cuando pasan tres minutos de las doce del mediodía de un martes de abril nace Yuehan, o lo que es lo mismo, perla sagrada. Es pequeña y con pelo moreno y liso. Aún no ha abierto los ojos, de marcados rasgos asiáticos. Su padre, Yunyi, nos dice: “shù yù jìng ér fēng bù zhǐ , zǐ yù yang ér qin bù dai”. Es un proverbio chino que le gusta y que recuerda en estos momentos. “Cuando el arbol quiere estar quieto, el viento no lo deja; cuando los hijos quieren cuidar, los padres ya no esperan”. “Esta es mi filosofía – nos cuenta con su castellano imperfecto pero fluido-, uno no puede controlar tantas cosas en su vida. Por ello, hay que aprovechar cada momento, estar con los tuyos, perseguir tu sueño y resistir las interrupciones (el viento)”. Los chinos tienen proverbios para todo. Es la sabiduría popular.








Yuehan Gao se une a los cerca de 40.000 chinos empadronados en Cataluña que, desde el año 2000, se ha convertido en el principal destino para la población china en España. Empezaron a llegar durante la última parte del siglo XIX pero desde hace una década su presencia ha sido realmente significativa y su visibilidad en el espacio público es cada vez mayor por las múltiples actividades empresariales que realizan.
Estan en todas partes y en Barcelona especialmente en el Eixample derecho, que es el nuevo Chinatown. Vienen para hacer negocio, para trabajar, a lo que dedican con creces la mayor parte de su tiempo. El nacimiento de un hijo supone una carga y por eso, tradicionalmente, los padres envían el bebé para China, para que crezca con los abuelos mientras ellos siguen trabajando y envían el dinero desde aquí. Pero la familia Gao no quiere seguir esta costumbre. Con Yuehan, dicen, ha nacido una nueva catalana. Ellos, se quedan.
Junyi Gao, el padre, nos muestra orgulloso el libro de familia en el hospital La virgen del Pilar de Barcelona, donde ha nacido Yuehan. La niña duerme a los brazos de su madre, Jia, bajo la atenta mirada de la abuela, que ha llegado recientemente de China para poder disfrutar de la llegada al mundo de su primera nieta. Ha traído un regalo especial: un tigre de peluche. El 2010 es el año del tigre y aunque ellos no creen mucho en estas cosas, aseguran que algunas costumbres es mejor no perderlas, que tampoco hacen daño. Esta es de las únicas tradiciones que aún conservan Junyi y Jia. Junyi tiene 28 años y llegó a España hace tres para estudiar un máster en comercio exterior y también para aprender español. “Hablaba chino e inglés perfectamente y pensé que ya era hora de ponerme con el español porque me iría muy bien para los negocios”. Reconoce que China y negocio son sinónimos. “Allí todos estudiamos comercio, empresa, management… Los chinos somos comerciantes. El comercio es el pilar de nuestro país”. Su objetivo de aprender el español está a medio cumplir: habla tranquilo, pausado, con voz baja, pero le cuesta pronunciar muchas palabras y con otras no da con su significado. Ahora bien, el objetivo que sí ha cumplido es el del comercio. Con el máster prácticamente acabado, goza ya de un buen puesto de trabajo en una importante empresa instalada en Castellbisbal, dónde es el intermediario entre empresas chinas y catalanas.

1.CARA AL PUBLICO
En el mostrador del bar “La Peña” se ofrece tapas de tortilla de patatas, callos y ensaladilla. El surtidor de cerveza no da al abasto y la cafetera espera su turno, justo después de la comida. El run run de la gente sentada en sillas de madera tradicionales no deja escuchar las noticias de tve.


Y llega la camarera a la mesa: “aquí tenéis, la tortilla y el pan con tomate” dice con un acento andaluz con dificultades para pronunciar la erre.
Es Yao, de Shangai, que con sólo cuatro años en el barrio ha adoptado ese acento andaluz de la inmigración sureña de los años 60, instalada en Barcelona. Llegó a la ciudad para ayudar a su hermana a llevar el negocio y su carácter abierto ha hecho que se pusiera rápidamente la clientela en el bolsillo. Y es que la chica tiene arte. Se mueve rápido entre las mesas y los “señores del carajillo” que dicen que es “muy simpática para ser china”. Ella sonríe. Le gusta la gente española porque dice que son muy amables y le encanta la ciudad.
Para ella es muy importante llevarse bien con la gente del bar, a los que considera su pequeña familia. Y sabe que eso es bueno para el negocio. Para montarlo pidieron el dinero a la familia, que lo mandó desde China.
Para ellos, pedir un crédito es inconcebible y su máxima, desde pequeños, es ahorrar. Es la misma filosofía que Jin Xia, de 23 años, camarera de un restaurante chino del Passeig de Sant Joan. Trabaja mucho, casi no tiene tiempo libre. Es muy responsable y manda prácticamente todo su dinero a su familia. A ella no le queda mucho tiempo para disfrutar, pero ya esta acostumbrada, “la vida es trabajar” dice.
A diferencia de Yao, Xia prefiere trabajar en un restaurante chino porque conoce mejor los platos y además no tiene dificultades con el idioma, pasa la mayor parte del tiempo hablando en su lengua materna.
El restaurante está en una de las zonas de la ciudad donde convive la mayoría de la comunidad china. Es el Eixample derecho, un autentico Chinatown. Cuenta con más comercios chinos por metro cuadrado que ninguna otra parte de la ciudad.


Zhang y Chen se hacen llamar Emma y Benito; un matrimonio de Shangai que eligieron la Barcelona porque les parecía una ciudad muy romántica, donde se respiraba tranquilidad. Y eso que a veces les gusta, otras les irrita. “Es que aquí la gente no le gusta trabajar, van muy lentos, sobretodo en los bancos”, cuenta ella.
La peluquería es un espacio amplio y poco decorado, gastan lo mínimo en montar el local, “lo que importa es que lo hagamos bien”, cuenta mientras cobra a una clienta. Mira los precios en su libreta, en chino, y lo traduce al español a la señora, que vive en el barrio desde hace muchos años. “Es barato venir a cortarte el pelo aquí, y con los tiempos que corren…”.
Pero a Emma la crisis no le afecta porque trabajan mucho pero reconoce que con tantos gastos es difícil ahorrar. “Nosotros ahorramos mucho porque nos lo enseñan desde pequeños”

Donde tampoco notan la crisis es en la tienda Fruites, en la plaza George Orwell, en Ciutat Vella. La regenta Quiu y su marido Deng pero se hace llamar Ana. Llegaron hace casi ocho años, “ya soy medio catalana”, dice Ana. En esta plaza tan transitada, siempre llena de turistas, no tiene un minuto para descansar.
Decidió abrir una frutería porque proviene de una zona rural de China y ya estaba familiarizada con el sector. Y con siete años ya tiene dos negocios, que confían dejar a sus dos hijos. Vive para trabajar y reconoce que no hace mucha vida en la calle, ni siquiera se permite ir algún día al cine.
“Hace ya bastantes meses entró un señor con sombrero verde de pescador en la tienda y me dijo que le parecía muy bonita. Alguien que iba con él me dijo que por cerrar un medio día me daba 500 euros”.
Así fue como alquiló su tienda para que rodaran una escena de una película. “Fue muy divertido, me dejaron ver todo, y cuando terminaron de filmar me preguntaron si quería hacerme una foto con ellos. Yo les dije que me quería hacer una foto con el señor mayor del sombrero verde, que parecía más inteligente”. Al lado de la caja podemos ver la foto: ella con Woody Allen
3.DARK SIDE
Xin Zhu es madame. Regenta una nueva “casa de masajes” de la zona alta de Barcelona donde sólo ofrecen sus servicios chicas asiáticas. Sin experiencia en el negocio, ha decidido abrir este local de citas con la ayuda de su socia. La suya no es una historia fácil.
Xin cose las sabanas que ella misma ha teñido de rosa para su nuevo negocio.

Todo tiene que estar perfecto para que los clientes se sientan a gusto.
Yoki da indicaciones a un próximo cliente para que pueda encontrar la casa.

Las chicas se relajan en su cuarto mientras que esperan a que suenen los teléfonos
Este negocio no entiende de horarios.
Todas las chicas que trabajan en esta casa provienen de la provincia de China de Liaoning.
Xin arregla uno de los vestidos de Linda, trabajadora de la casa y socia.



Yoki espera reunir el dinero suficiente para volver a su pais y reencontrarse con sus hijos.


Xin Zgu tiene 35 años y llegó a Barcelona hace un año, procedente de Shenyang, la capital de la provincia de Liaoning en el nordeste de China, dónde ha dejado a su hija de cuatro años al cargo de su madre. Huyó para buscarse la vida y eligió España porque tenía buenas referencias de unos conocidos que se habían instalado aquí. Pero llegó sola y sin conocer a nadie.
Después de deambular a la deriva por la ciudad con todo su equipaje, entró en un cibercafé dónde pudo contactar con su madre que consiguió que unos parientes lejanos instalados en Santa Coloma de Gramenet la fueran a buscar y la acogieron en su casa.
Y allí empezó un año de empleos varios. Primero consiguió un trabajo en Madrid como sirvienta dónde estuvo tres meses y cuando pudo se volvió a Barcelona y entró a trabajar en un taller textil chino, de dudosa legalidad. Hacía 12 horas diarias 7 días a la semana. “Al menos me sirvió para ahorrar y pude enviar el dinero a mi hija”, nos cuenta con un castellano incomprensible. Agotada, decidió dejarlo y se puso a trabajar de camarera en un restaurante chino.
Fue el primer trabajo que le gustó, dice con una sonrisa. Pero no era nada del otro mundo pero por primera vez se sintió acompañada, con alguien en quien confiar. Sus compañeras de trabajo eran chicas como ella, de su misma región del norte de la China, Liaoning, y hablaban el mismo dialecto. Por fin, había encontrado un sitio donde se sentía a gusto.
Fue allí donde conoció a algunas chicas relacionadas con la prostitución pero también a alguien más importante. Jack era uno de los clientes habituales del restaurante. Tiene 47 años y hace cinco que llegó a Barcelona procedente de Inglaterra. La primera vez que Xin sirvió a Jack, él lo vió clarísimo. Se inventó la excusa de quedar para enseñarle español, pero al poco tiempo ya estaban saliendo, y ahora ya viven juntos.
Cansada de servir en el restaurante, Xin se propuso montar su propio negocio. Con Linda como socia y experimentada en el sector, han decidido abrir un burdel asiático en Barcelona. Y cuenta con el apoyo de Jack, que consta como propietario en todos los documentos oficiales, ya que ella aun no ha conseguido regularizar sus papeles.
Estos días, Xin está estresada mirando sábanas, lámparas y demás complementos. Todo tiene que estar perfecto para que el negocio funcione. Y con eso, los asiáticos no juegan. Prepara con dedicación las habitaciones y habla con las chicas sobre el funcionamiento. Las tres prostitutas del burdel llevan años en España y ven claro que ahorrar y hacer negocio aquí no es tan sencillo como parece. Por eso, se han volcado en este nuevo sector como solución a sus problemas económicos. Igual que Xin, las tres tienen los hijos en China, con los abuelos. Y su objetivo es más que claro: volver. Con el dinero suficiente, pero volver. “Luò yè guí gén”. Es un proverbio chino que dice: “las hojas de los árboles vuelven a sus raíces”. “La gente cuando muere necesita volver a su país”- nos cuenta Xin – “espero que mi regreso sea antes!”. Corre la cortina roja de una de las habitaciones y llega un cliente. Es el primer paso para la vuelta.






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